Sobre Nietzsche, según he podido comprobar, se ha escrito y dicho mucho, e inevitablemente se seguirá haciendo. Esto es debido a la inmensa riqueza y apertura de su pensamiento, de su filosofía. Sus conceptos escapan a la “lógica habitual”, su lenguaje, de un estilo aforístico, poético y polémico, “arrasador”, aparentemente sencillo, sin tecnicismos, nos hace pensar que es una filosofía al alcance de todos y que todos pueden apropiársela. Sin embargo él mismo nos dice que no es así en el prologo de su obra El anticristo:

“Este libro pertenece a los menos. Tal vez no viva aún ninguno de ellos. Es posible que sean los que comprendan mi Zaratustra. ¿Cómo iba a ‘permitirme’ ser confundido con aquellos a quienes ya hoy se les presta oídos? Sólo el pasado mañana me pertenece. Algunos nacen póstumos”.

Sin embargo han sido muchos los que han intentado entender, descifrar a Nietzsche. Hay una asombrosa y desconcertante variedad de interpretaciones. Filósofos como Heidegger, Jaspers, Fink, Bataille, Klossowski, o escritores como Thomas Mann, Musil, Jünger, Borges, han expresado ampliamente su forma de ver y entender este pensamiento tan amplio, tan atemporal y universal, que por eso mismo, considero que es prácticamente inabarcable. Aún así y por su misma amplitud y abertura puede ser abarcado por casi todos.

Hay un texto del filósofo Johannes Hirschberger, sobre Nietzsche y el siglo XX, que me parece interesante citar:

“La interpretación de Nietzsche dio muchos quebraderos de cabeza. Nuestra época, después de tanto hablar de interpretación, ya no sabe que interpretar. Sólo quiere explicarse a sí misma, en lugar de declarar fiel y objetivamente el texto tal cual es y tal como lo entendía el autor. (…) Y así se continuará, sin duda, si no se toma la decisión de interpretar científicamente y sólo se quiere utilizar a Nietzsche como trampolín para las propias piruetas”.

Es cierto que Nietzsche ha sido utilizado y mal interpretado muchas veces, pero creo que ello se debe a la inmensa plasticidad de su pensamiento y de sus principales conceptos tales como la voluntad de poder, el superhombre, el eterno retorno o su famoso “Dios ha muerto”. En Nietzsche, la noción de “concepto” rebasa los límites, va más allá del “principio de identidad”. La mayoría de sus palabras hacen aparecer una pluralidad de contenidos que lanzan, a cualquier lector atento, a diferentes niveles de significación. Por eso creo que casi todas las interpretaciones de Nietzsche, incluidas las más ingenuas o las más ilógicas, pueden contener algún acierto.

Se podrá hacer una interpretación de Nietzsche, como Hirschberger demanda, “científicamente fiel y objetiva”. Pero su pensamiento difícilmente podrá encuadrarse en ninguna categoría científica. Y lo que no es legítimo es pretender justificar este pensamiento sublime, un pensamiento que está a “6000 pies de altura”, apelando, facilonamente, a como fue su vida. Es decir, se pretende dar razón de su pensamiento partiendo de que si estaba enfermo, influenciado por las mujeres de su familia, rechazado amorosamente, o por su pretendido homosexualismo.

Aunque la vida de toda persona influye necesariamente en el pensamiento de la misma, sólo hay un Nietzsche, así como también solo hay un Hegel, un Spinoza, un Descartes o un Platón; y sin embargo hay innumerables enfermos, homosexuales, despechados amorosamente o influenciados por la familia. Pocos de ellos son los que han llegado a la altura de pensamiento de estos filósofos. No se puede justificar el conjunto de un pensamiento tan brillante como el de Nietzsche por ninguna de sus circunstancias.

De todas formas considero que lo realmente importante es entender lo que nos dice Nietzsche en sus escritos, más allá se como fue su vida. Él mismo nos aclara quien es en su obra Ecce homo:

“… me parece indispensable decir quién soy yo. En el fondo sería lícito saberlo ya: pues no he dejado de «dar testimonio» de mí”. Por ejemplo, yo no soy en modo alguno un espantajo, un monstruo de moral; yo soy incluso una naturaleza antitética de esa especie de hombres venerada hasta ahora como virtuosa. Dicho entre nosotros, a mí me parece que justo esto forma parte de mi orgullo. Yo soy un discípulo del filósofo Dioniso, preferiría ser un sátiro antes que un santo”.

También nos explica, es este mismo libro, su filosofía. Una filosofía casi inalcanzable, exaltada y exaltadora de nuestros más grandiosos anhelos, y que en ese mismo arrebato nos remonta a las alturas de la libertad, a la emancipación de todo concepto, de toda moralidad. Un saber remontarse por encima de todos los valores establecidos y andar con entera soltura por entre “lo prohibido”.

“Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de alturas, un aire fuerte. Es preciso estar hecho para ese aire, de lo contrario se corre el no pequeño peligro de resfriarse en él. El hielo está cerca, la soledad es inmensa; ¡mas qué tranquilas yacen todas las cosas en la luz!, ¡con qué libertad se respira!, ¡cuántas cosas sentimos debajo de nosotros! La filosofía, tal como yo la he entendido y vivido hasta ahora, es vida voluntaria en el hielo y en las altas montañas: búsqueda de todo lo problemático y extraño que hay en el existir, de todo lo proscrito hasta ahora por la moral”.

Nietzsche, para mí, es tremendamente religioso, pero de una religión tremendamente pura, vacía, sin molde alguno, pues es él mismo el que está sumido en la fuente de la que brota la fuerza de su ser. Esa fuerza y claridad es lo que le hace configurar su pensamiento de una forma lo más clara y a la vez lo más ambigua posible, haciendo que cada uno, desde su propia plasticidad y profundidad, pueda extraer de cada una de sus afirmaciones lo más despreciable a la vez que lo más “divino”.

Sus escritos tienen fuerza y contundencia, son concisos y claros, pero a la vez abiertos a múltiples interpretaciones. Es la forma de hablar, de pensar, de un precursor, de un ser libre, y profundamente espiritual, que anuncia la venida, no de una nueva religión, sino de una forma nueva de ver y entender todo.

Al contrario de lo que se ha pensado de él, sobre que si era ateo, por el hecho de que declarase “Dios ha muerto”, es todo lo contrario. Nietzsche era profundamente religioso y eso lo sabían bien quienes le conocieron en vida, como su amiga Lou Andreas Salomé quien escribe de él lo siguiente:

“Muy al comienzo de mi relación con Nietzsche le escribí a Maldiwa que éste era una naturaleza religiosa, (…) “Veremos el día en que se presente como heraldo de una nueva religión, y será entonces una religión que reclute héroes como discípulos”.

Y esta forma de entender a Nietzsche, desde su profunda espiritualidad a la vez liberadora y terrible, es como yo lo entiendo. Quizá caigo en el error, como denunciaba Hirschberger, de llevarme su pensamiento a mi terreno para lograr con ello, realizar mis propias piruetas. Pero si esas “piruetas” me llevan a liberarme de miedos y falsas morales, haciéndome penetrar en lo insondable de mí misma y haciéndome participar de la alegría y vitalidad de la vida vivida sin tapujos ni mentiras…bienvenidas sean.

Y quiero, como creo que les pasa a todos los que leen con cierta honestidad a Nietzsche, participar de la experiencia que Lou Andreas Salomé describe tan maravillosamente, al referirse a las conversaciones que mantenía con el filósofo:

“Es extraño que con nuestras conversaciones vayamos a dar involuntariamente a los abismos, a aquellos lugares de vértigo a los que alguna vez uno ha llegado trepando solo, para asomarse a las profundidades. Constantemente hemos escogido los senderos de las gamuzas, y si alguien nos hubiese escuchado habría creído que eran dos diablos conversando.”

-La muerte de dios y el nihilismo

La muerte de dios es el punto culminante de toda la crítica de Nietzsche hacia la cultura occidental, la moral cristiano-platónica y la ciencia. La base filosófica de la moral es el platonismo; el “mundo de las ideas” sirve de “más allá” religioso para los cristianos, de tal forma que el platonismo acabó convirtiéndose en la metafísica cristiana. Esta creencia en el más allá pone el centro de gravedad del hombre, no en esta vida, sino en la “otra”, en un más allá salvador. Nietzsche considera que esto es el “mayor complot del cristianismo” contra la vida, y lo dice claramente al afirmar en El crepúsculo de los ídolos: “…la vida acaba donde comienza el reino de Dios”.

Lo que Nietzsche rechaza es la idea de “un orden moral del mundo” que sirva de guía para dirigir la historia del hombre; sobretodo y especialmente si ese orden moral es “trascendente”, “metafísico”, es decir, externo al hombre mismo. Nietzsche critica esa moral “absoluta” cristiano-platónica que, desde su aparición, ha puesto cortapisas a los instintos vitales y no deja que el hombre se desarrolle en plenitud.

Considera que partiendo de esta creencia en un más allá se ha creado toda una metafísica basada en el error de dividir la vida en dos mundos: el mundo real, que sería el mundo del Ser, de las ideas, del más allá o del reino de Dios de los cristianos; y el mundo aparente, el mundo de los sentidos, que sería un mundo irreal y totalmente supeditado al mundo real, y que sólo obtendría su sentido en función de éste.

Para Nietzsche no existe ni mundo real ni mundo aparente, sino el devenir constante del ser creando y destruyendo el mundo. Los filósofos han creado toda una metafísica del ser basada en la dualidad real-aparente, que se fundamenta, según Nietzsche, no en la lógica y en la razón, sino en la necesidad del ser humano de sobrevivir en un mundo donde todo es devenir. Por eso mismo necesitamos las categorías de la razón, pues ellas nos proporcionan un “punto fijo, una referencia” donde todo es constante cambio en el devenir del ser. Nietzsche considera también que esas mismas categorías, son ficciones, signos del no-ser, de la nada, que sólo sirven para hacer frente a la realidad del constante devenir.

La imposibilidad de racionalizar el ser como devenir es lo que nos lleva a crear ficciones lógicas y “modelos” de conocimiento y de comportamiento, que nos permitan la ilusión de estabilidad ante lo que en sí es caos. Nuestra necesidad nos obliga a buscar el mecanismo adecuado con el que conseguir nuestra afirmación ante el mundo; y este mecanismo lo hemos considerado único y verdadero.

En definitiva ha sido la ontología platónica, que niega el devenir del ser, la que ha puesto las bases para que el espíritu acariciara la idea de un orden moral sobrenatural, haciendo al hombre dependiente de una razón superior a él mismo: Dios, la razón, la ciencia o la historia.

Nietzsche, con su “Dios ha muerto”, resume y revela la esencia de este pensamiento sobre la historia, la moral, la metafísica y la ciencia de Occidente. “Dios ha muerto” significa el derrumbamiento de todos los valores, del sentido de la vida. Si Dios, como síntesis de todo fundamento en la creencia en una metafísica, en una vida ultraterrena, de todo ideal, muere, desaparece, entonces el hombre pierde su “brújula”, su orientación en el mundo.

La muerte de Dios como destrucción de todos los valores tiene como consecuencia inmediata el nihilismo. Pero en Nietzsche, el nihilismo tiene dos caras. Por un lado, como esencia de la tradición platónico-cristiana; si toda creencia, moral y metafísica del ser está basada en la idea de un Dios, de un más allá, y este más allá se descubre inexistente, toda moral, creencia o metafísica están basadas en la nada. En este momento surge la tremenda duda, la desorientación y la pérdida de sentido, que permiten que se produzca la otra cara del nihilismo: nihilismo como reflexión, como punto de inflexión hacia una nueva perspectiva del ser y del hombre. Es el momento de una nueva visión basada, no en la razón, sino en lo que realmente está al alcance del hombre, la única experiencia real del ser: la vida.


- El devenir, el eterno retorno, la voluntad de poder y el superhombre

Para Nietzsche, la realidad es devenir, es perspectiva. La vida es, además, múltiple e “interpretadora”, es decir, selecciona e interpreta la perspectiva en la que se encuentra en un determinado momento ante la realidad. La interpretación que se le da a un hecho concreto es arbitraria y podría perfectamente haber sido otra distinta. Esto nos lo dice claramente en su obra La voluntad de poder, al afirmar:

“Todo es subjetivo, os digo yo; pero ya esto es interpretación. El ‘sujeto’ no es nada dado, sino algo añadido, imaginado, algo que se esconde detrás. (…) El mundo es cognoscible en cuanto a la palabra ‘conocimiento’ tiene algún sentido; pero es susceptible de muchas interpretaciones, no tiene ningún sentido fundamental, sino muchísimos sentidos. Perspectivismo.”

El ser es devenir, en el sentido de proceso infinito, eterno, sin posibilidad de “fin”, que sólo puede representarse y conocerse a sí mismo en el “vivir”. Pero teniendo siempre en cuenta que ese “vivir” es también representación, es perspectiva en una realidad totalmente cambiante, donde es imposible llevar a cabo una comprensión fija, esencial o definitiva de la realidad.

“Una ‘cosa en sí’ es tan absurda como un ‘sentido en sí’, como una ‘significación en sí’. No hay ningún ‘hecho en sí’, porque para que pueda darse un hecho debe siempre interpretársele de algún modo.” (La voluntad de poder)

Desde esta visión de la realidad, del mundo y del ser, la verdad también adquiere un sentido distinto, deja de ser la coincidencia del pensamiento con el infinito para pasar a ser una opción personal, o más bien, la consolidación de una perspectiva, de una apariencia que se ha impuesto a través de la costumbre, la creencia u opción personal, pero que no por ello deja de ser un “error”.

“la verdad es aquella clase de error sin la que una determinada especie de seres vivos no podrían vivir. El valor para la vida es lo que decide en última instancia”. (La voluntad de poder)

Surge así, ante la total relatividad, subjetividad y perspectivismo de la realidad, la voluntad de poder como fuerza impulsora de la vida, como energía creadora que no se agota en ninguna de sus expresiones. Esta voluntad de poder es sumamente profunda porque conoce la auténtica realidad: el devenir, y sabe que la razón humana no podrá nunca abarcarlo, totalizarlo, ni simplificarlo en categorías.

La voluntad de poder es la liberación de todo concepto, de toda prefiguración racional, es un saber-ser intuitivo e instintivo, un impulso afirmativo, un “ir hacia”, un saber decir “si”, que te coloca instantánea y necesariamente en el centro mismo del devenir.

Y en esa vivencia de la voluntad de poder, que reafirma la tierra, la vida, en todos sus aspectos, constructivos y destructivos y sobre todo múltiples y cambiantes, es decir, el devenir, es donde se tiene la experiencia del eterno retorno: “a 6000 pies sobre el nivel del mar y mucho más alto sobre todas las cosas humanas”. Nietzsche dice sobre el eterno retorno que es su “pensamiento auténticamente abismal”, el eterno retorno es el “ciclo incondicional, infinitamente repetido, de todas la cosas”.

El filósofo nos habla del eterno retorno como la visión más aterradora de la realidad y sin embargo, encuentra en esta descripción la autentica razón para que el hombre se ubique definitivamente en el devenir con una “alegre” y definitiva afirmación hacia todas la cosas. Nietzsche considera el eterno retorno como la “fórmula suprema de afirmación a que puede llegarse”, la concepción fundamental de su obra Así habló Zaratustra.

“Zaratustra es un danzarín; en cómo aquel que posee la visión más dura, más terrible de la realidad, aquel que ha pensado el «pensamiento más abismal», no encuentra en sí, a pesar de todo, ninguna objeción contra el existir y ni siquiera contra el eterno retorno de éste, antes bien, una razón más para ser él mismo el sí eterno dicho a todas las cosas, «el inmenso e ilimitado decir sí y amén.» «A todos los abismos llevo yo entonces, como una bendición, mi decir sí.»” (Ecce homo)

El eterno retorno de lo igual funciona como tope a toda elucubración metafísica, destroza toda ilusión en el futuro y en el progreso, en el tiempo como algo lineal. El tiempo se vuelve así, circular, y la realidad son el constante fluir o devenir de las fuerzas cósmicas, ante las cuales al hombre sólo le queda “ver y asentir”. Cualquier rechazo e intento de negar esta realidad es error y conlleva el debilitamiento y la decadencia de la vida. Para Nietzsche esto no fue un quedar atado ni un fracaso, sino su gran descubrimiento y liberación. Liberación que lleva definitivamente al superhombre.

“El hombre es algo que hay que superar”. “La grandeza del hombre está en ser un puente y un ocaso…”. “El Superhombre es el sentido de la tierra”. (Así habló Zaratustra)

El superhombre es la consecuencia de haber situado al hombre ante la muerte de Dios, ante la experiencia de la voluntad de poder y la visión del eterno retorno. Si todo es devenir, el hombre no podría ser otra cosa que “transito”, “una cuerda tendida entre el animal y el superhombre”, es decir, un ocaso, una muerte o un perecer. El superhombre es el que supera esa muerte, ese ocaso, ese abismo abierto bajo sus pies. En el hombre lo único digno es su capacidad para ser otra cosa, para crear algo que le supere, que esté por encima de él.

Nietzsche nos explica en Así habló Zaratustra, que hay tres procesos o “metamorfosis” por las el espíritu se transforma: el camello, que pasa a ser león y el león que pasa a ser niño. El camello hace referencia al espíritu sufridor, a aquel que carga con todo, que se complace en lo más doloroso y difícil. Este estado se refiere al hombre sumido en la moral platónico-cristiana, aquel que cree en la penitencia, en la compasión, en la auto-humillación, en todo lo impuesto por la moral cristiana en aras de un más allá y en contra de la naturaleza humana y terrenal. Pero el camello debe adentrarse en el desierto.

El desierto es el vacío producido por la muerte de Dios y todo lo que esto conlleva. Ante ese desierto se produce la segunda transformación, el camello se convierte en león. Este es el espíritu ansioso de conquistar su libertad y ser dueño y señor de sí mismo. Es el espíritu del guerrero, del que está siempre en lucha, es el terrible despreciador de sí mismo, es el conquistador de la libertad necesaria para poder decir “no”. Es la santa negación, incluso hacia el deber.

“Nuestra sabiduría nos quiere valientes, despreocupados, irónicos y violentos; como mujer que es, sólo ama a las guerreros” (Así habló Zaratustra)

Pero es necesaria la última transformación, pues el león conquistador no tiene la capacidad de crear, debe convertirse en niño. El niño es el constante inicio, es la inocencia, no en el sentido de ingenuidad o candor, sino en el sentido de tierra nueva, no pisada, no arada, es decir, limpia y vacía de todo presupuesto, de todo cálculo. El niño o más bien la niñez reconquistada, representa la capacidad de absorber absolutamente todo, un infinito decir “sí”. Es el eterno y “des-pre-ocupado” jugador del gran juego, infinito y vacío de todos los “pre”, que es el devenir.

El superhombre es, entonces, aquel que ha superado incluso al niño, no porque sea superior a éste, sino porque el superhombre no es un estado fijo, sino un mar que todo lo abarca, es como una llama, que sólo existe en movimiento, es como el rayo, lo más alto, lo inaprensible, lo poderoso y cegador.

“Que vuestro amor a la vida sea realmente amor a vuestra esperanza más alta; y que vuestra esperanza más alta sea la idea más alta que tengáis de la vida. Dejad que os mande la idea más alta que debéis tener de la vida. Es ésta: que el hombre es algo que ha de ser superado” (Así habló Zaratustra)

El superhombre es el que se reafirma constantemente en el devenir, sin necesidad de subterfugios, sin necesidad de moral, es sólo visión, es aquél que ante ese saberse parte del devenir, no sufre angustia, sino una inmensa aceptación y una gran alegría:

“¡Vosotros, hombres superiores, aprended a reír…!” (Así habló Zaratustra).

-Mi propia reflexión

Nietzsche vivía realmente toda su filosofía. Sus ideas no están sacadas de elucubraciones mentales, sino de la comprobación directa de aquello que descubre. La muerte de dios le lleva a descubrir en propia carne la voluntad de poder. La vivencia de esta voluntad de poder le hace ver la necesidad del eterno retorno, a través de lo cual se puede llegar al superhombre.

Nietzsche se percata de que la muerte de dios, aunque acabe con la moral, no es suficiente. Ésta se puede reconstruir sobre la base de una vida mejor, razonable, cívica y sobre todo con creencias en que el tiempo o la vida, todo lo cura, que cualquier tiempo venidero será mejor, etc. Por eso es necesario crear el concepto del eterno retorno; éste acaba con la posibilidad en el tiempo. Con la muerte de dios el hombre se ubica necesariamente en sí mismo y con el eterno retorno se ubica necesariamente en el aquí y ahora, pues no hay nada más que el instante.

Con el eterno retorno sólo queda el hombre abocado a sí mismo y sin posibilidad de escape en el tiempo. Es el fin definitivo de todo lo trascendente y el inicio del superhombre, siempre y cuando se imbuya en su propia voluntad de poder. Es el crecimiento hasta lo infinito del instante, del aquí y ahora, de la vida en todas sus posibilidades, el instante eterno. Se acaba con el más allá y descubrimos en la vida que ésta tiene todos los más allá posibles, sólo que están aquí y ahora. Eso sí, sólo si somos capaces de vivenciar con toda profundidad y con todo realismo, dolor y contrición la realidad del eterno retorno en la propia carne, en los propios pensamientos y sentimientos. Sólo así se produce la “catarsis”, la muerte de toda ilusión, de todo engaño, y nace el superhombre, aquel que ha acabado con todo lo ultraterreno, que vive sólo en un instante, instante que se descubre infinito.

Nietzsche hace retornar al hombre a sí mismo con la muerte de dios, para volver a lanzarlo fuera de sí, con el eterno retorno.

De esta forma no queda un “tú” (dios) adonde ir ni un “yo” (sujeto) donde quedarse. Es la única manera en que se descubre la autentica voluntad de poder, que no es nada mas que la fuerza-presencia de la vida vivida en sus múltiples manifestaciones, pero desde la voluntad de la vida, la voluntad de poder que hay en todo, que hace que todo surja, la voluntad de poder creadora de vida. Es la desaparición del yo separado, escindido, y a la vez la reafirmación del yo individual pero en el marco de una pluralidad incesante y cambiante: la vida misma.

La filosofía expuesta por Nietzsche es todo un proceso de descubrimiento, que va desde la destrucción de todo lo conocido con la muerte de dios, hasta el superhombre. Con el eterno retorno continúa el proceso de destrucción de toda base, de todo fundamento, iniciado con la muerte de dios. El eterno retorno acaba con la posibilidad en el tiempo, y de esta forma uno se percata de la voluntad de poder y se convierte en el superhombre. El eterno retorno rompe con el peligro de afianzarse en algo fijo, afirmarse en una convinción cualquiera. Con el eterno retorno nos damos cuenta de que lo único fijo que existe es nuestra idea de que existe algo fijo.

Para mí es todo un proceso, un paso lleva al otro: primero se destruye la base, el fundamento sobre el cual nos apoyamos, la moral, la metafísica, dios. Con la muerte de todo fundamento en un más allá, Nietzsche echa al hombre única y exclusivamente sobre sí mismo. No tiene amos ni dioses, creencias, morales, a las que servir. Por tanto el hombre se convierte en dueño de sí mismo, no le queda más remedio que responsabilizarse de sí, de todo lo que es, aparece así la experiencia de la voluntad de poder y con ella, la posibilidad del superhombre.

Con el eterno retorno de lo igual, no existe un proceso espacio-temporal que te lleve a ningún fin diferente. Nietzsche, con “el eterno retorno”, acaba con la idea de “tener tiempo”, es decir, con la creencia en que “yo, antes o después, podré cambiar algo”. El eterno retorno de todas las cosas, es decir, saber que, lo que ahora, en este instante, eres, se repetirá eternamente, nos ubica en una realidad “casi” insoportable, pues es la realidad del vacío de toda finalidad. Nada se puede hacer, pues todo ha sido hecho y volverá a hacerse tal y cual es en este momento.

Es en ese instante cuando la vida misma deja de tener sentido y esto permite que se produzca una tremenda crisis, un romper realmente con la base sobre la que apoyarse. Es el momento de la desaparición de todo lo que “yo” creo que soy, de todo lo que yo creo que puedo llegar a ser, para simplemente ser lo que soy, vida, voluntad. Es en este momento, más allá de la muerte de dios y de la muerte del tiempo, cuando se produce “mi propia muerte”. Una muerte no física, sino conceptual, psicológica, entendiendo esta muerte como el caer en el vacío de todo concepto, de todo conocimiento de lo que crees que eres y crees que sabes.

Una muerte que seria tan vacía como cuando dormimos y no recordamos nada, absolutamente nada, de lo que ha podido suceder en esas horas en las que simplemente “no estábamos”. Es un estado angustioso, terrible, y sin embargo, ante la visión de esa nada infinita, ésta se descubre portentosamente esclarecedora. Si no hay dios al que recurrir ni puedo ser nada más de lo que soy, sólo queda una opción: observar “lo que ya es”.

Si en ese instante observo lo que es, lo que hay a mi alrededor, lo que percibo, con lo que sí compruebo que soy: un cuerpo, unos sentidos, un pensar y un sentir, es cuando descubro la autentica realidad cambiante, plural, inabarcable, inmensamente rica, de la vida y de su inmanente voluntad de movimiento.

Es lo que Nietzsche llamó, muy acertadamente, voluntad de poder, fuerza inherente a la vida. La voluntad de poder es un saber instintivo e intuitivo, sin el proceso discursivo de la razón. Si observamos una planta, por ejemplo, vemos que esta crece sin más, no se nos ocurriría plantearnos, más allá de las razones biológicas, el porque crece esa planta, si tiene alguna razón ultraterrena para crecer o para existir o si podrá llegar a ser en un momento determinado algo diferente a lo que es, por ejemplo, un animal. La planta simplemente es lo que es, y sin embargo, no es algo quieto, fijo, permanente, sino que es algo en constante cambio, nace, crece y muere… participa de un constante movimiento y ese constante movimiento es la voluntad de poder de la planta, o mejor dicho, la voluntad de poder de la cual la planta es partícipe, como todo lo existente, incluido el hombre.

Por supuesto no es lo mismo una planta que un hombre. Este tiene un intelecto y por lo tanto necesita usarlo, aunque sea inadecuadamente, llegando con ello, a errores tales como la creencia en un más allá. Pero hasta este error es aceptable siempre y cuando nos ubiquemos en la voluntad de poder, pues el error formaría parte de esa misma voluntad. La voluntad permite todo, hasta lo que llamamos error. Porque no sería un error, sino una de las posibilidades, de las perspectivas, de las configuraciones infinitas que pueden darse. Mejor o peor, dependiendo del “valor para la vida”, según Nietzsche nos dice en La voluntad de poder. Yo más bien diría dependiendo de la energía invertida. Mejor si con esa posibilidad gano energía, peor si la pierdo. De esta forma desaparece la noción tradicional del bien y del mal. No existiría tal diferenciación, sino acumulaciones de fuerzas más o menos favorables.

La voluntad de poder es el constante flujo-fuerza-presencia que permite que todo pueda ser. Es el caos desde donde se dibuja o construye cualquier forma, cualquier apariencia. Caos no en el sentido de desorden, -aunque también- sino en el sentido de retorno al cero inicial, un cero del que parte todo, un cero múltiple, de posibilidades infinitas. Sería sumergirse en el mundo de Dionisos, caótico, oscuro e informe, para, actuando como un Proteo, adoptar cualquier forma posible, y esta forma adoptada transitoriamente, conllevaría la ilusión de fijación, de individualización, de luz, de orden, del mundo de Apolo. Dionisos contiene dentro de sí a Apolo. O a todos los Apolos posibles.

Todo esto sin perder de vista en ningún instante lo cambiante, relativo de todo. Por eso el superhombre es semejante a un niño y a un acróbata. El niño lo ve todo de forma inocente en el sentido de falta de prejuicios, de moral, juega con la vida. Y el acróbata hace de la vida un juego peligroso, un estar en la cuerda floja del devenir, un caminar por el filo de la navaja, más allá del bien y del mal, un constante experimento de sí mismo.

Hay quien dice que el eterno retorno es ficción, otros creen que es realidad, yo más bien diría que es el recurso utilizado por Nietzsche, tan válido como cualquier otro, -por ejemplo la muerte-, para lanzarnos mas allá del hombre: hacia el superhombre.

El eterno retorno nos dice: ¡No tienes tiempo, no hay nada que tú puedas hacer, sólo desaparecer, pues nunca fuiste como opción. Nunca decides ser o no ser, esa no es la cuestión. Simplemente eres y la decisión de que seas o no, nunca se ha tomado! Simplemente se “es” en el infinito, cambiante, múltiple, inabarcable y eterno devenir. Aunque estos adjetivos no hablan realmente de “lo que es”, pues como bien decía Nietzsche “el lenguaje parece inventado sólo para lo corriente, lo mediano, lo transmisible”, y el devenir no es transmisible de ningún modo.

El superhombre es el hombre colocado ante la negación de sí mismo, pero no en el sentido de negar la propia naturaleza o el propio ser. Más bien en el sentido de negar toda moral, entendiendo ésta como todo concepto, idea, creencia, todo juicio o prejuicio, certidumbre o convinción sobre sí mismo. No es una negación de sí, sino un reconocer que no se sabe, ni se sabrá nunca nada sobre sí mismo, pues no hay exactamente una “cosa en sí” a la que podamos llamar “sí mismo”. Lo más parecido es la voluntad de poder, pero esto es “un ir hacia”, un impulso, un devenir en el devenir. La pulsación de la vida por la vida.

El superhombre es aquel que tan maravillosamente describe Nietzsche-Zaratrustra al decir:

“Desde que aprendí a andar no hago más que correr. Desde que aprendí a volar no espero a que me empujen para moverme de un sitio. Ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora me veo por debajo de mí, ahora baila un dios por medio de mí”. (Así habló Zaratustra).




Bibliografía



 Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche, Ed. Edimat, Madrid 1999.

 Más allá del bien y del mal, Friedrich Nietzsche, Alianza Editorial, Madrid 1992.

 El anticristo, Friedrich Nietzsche, Ediciones Alba, Madrid 1996.

 Ecce homo, Friedrich Nietzsche, Alianza Editorial, Madrid 1992.

 Friedrich Nietzsche en sus obras, Lou Andreas-Salomé, Ed. Minúscula, Barcelona 2005.

 Historia de la filosofía, Salvador de Brocá, Edicions de la Facultat de Filosofía i Lletres de Tarragona, Universidad de Barcelona 1990.

 Historia de la filosofía, J. M. Navarro Cordón y T. Calvo Martínez, Ed. Anaya, Madrid 1991.

 Historia de la filosofía, vol. 8: La filosofía del siglo XIX, Yvon Belaval, Ed. Siglo XXI, 2000.

 Nietzsche en 90 minutos, Paul Strathern, Siglo XXI de España editores, Madrid 1999.

 De “La filosofía de Nietzsche”, Eugen Fink. Versión castellana de Andrés Sánchez Pascual, en Alianza Universidad, Madrid, 1976. http://www.nietzscheana.com.ar/fink.htm 19-5-2006.

 De “Nietzsche y Lou Salomé”, Rüdiger Safranski, traducción de Raúl Gabas en Safranski, R., Nietzsche. Biografía de su pensamiento, Tusquets, Barcelona, 2001, pp. 263-275.
http://www.nietzscheana.com.ar/safranski_lou.htm 19-5-2006.

 De “Mirada retrospectiva”. Compendio de algunos recuerdos de mi vida, Lou Andreas-Salomé, edición original al cuidado de Ernst Pfeiffer, trad. A. Venegas, Madrid, Alianza editorial, 1980.
http://www.nietzscheana.com.ar/lou_andreas_salome.htm 19-5-2006.